El sorgo es un cereal de gran relevancia a nivel mundial, cultivado principalmente en regiones semiáridas gracias a su notable resistencia a la sequía y su capacidad de adaptación a condiciones climáticas adversas. Su presencia se extiende por todos los continentes, con África, Asia y América como principales zonas productoras.
Este grano cumple funciones diversas: se emplea en la alimentación humana, en la nutrición animal y en la elaboración de biocombustibles, lo que lo convierte en un cultivo estratégico tanto para la seguridad alimentaria como para la seguridad energética.
En años recientes, la producción mundial de sorgo ha mantenido una tendencia estable, con incrementos moderados en ciertas regiones impulsados por mejoras en las prácticas agrícolas y por una demanda creciente, especialmente en los sectores ganadero y de alimentos saludables.
A pesar de enfrentar desafíos como el cambio climático o la competencia con otros cultivos, el sorgo continúa siendo una alternativa atractiva para numerosos agricultores debido a sus bajos requerimientos hídricos y su tolerancia natural a plagas. Su papel en la agricultura sostenible lo proyecta como un cultivo con potencial creciente en el panorama agrícola internacional.
El sorgo (género Sorghum, especialmente Sorghum bicolor) es el quinto cereal más cultivado en el mundo. Se produce principalmente en regiones tropicales y subtropicales de África y Asia, donde constituye un alimento básico, así como en América, donde se utiliza sobre todo como forraje y materia prima industrial.
En los últimos años, los países con mayor producción anual incluyen a Estados Unidos, Nigeria, India, Etiopía, México y Sudán, entre otros. En 2021, la producción mundial alcanzó aproximadamente 61 millones de toneladas; Estados Unidos aportó cerca del 19% de ese total (unos 11.4 millones de toneladas), mientras que India, Etiopía y México produjeron cada uno entre un 7% y un 8%.
África, en conjunto, concentra alrededor del 46% del volumen global, seguida por el continente americano con un 35%. La mayor parte de la cosecha mundial se consume en los propios países productores: cerca de la mitad se destina a la alimentación humana y alrededor del 35% al forraje animal. El comercio internacional es reducido y se concentra en pocos exportadores, con Estados Unidos, Australia y Argentina dominando cerca del 97% de las exportaciones.
El sorgo es un cultivo de amplia distribución geográfica, presente en más de un centenar de países, principalmente dentro de la franja intertropical, aunque también se adapta a climas templados cálidos.
Su mayor fortaleza reside en su tolerancia a la sequía y en la capacidad de prosperar en regiones áridas y semiáridas, lo que lo convierte en un recurso estratégico para la seguridad alimentaria y forrajera en zonas con limitaciones hídricas.
África concentra la mayor parte de la superficie mundial dedicada a este cereal, considerado el núcleo histórico y genético del cultivo. Países del África subsahariana como Nigeria, Sudán, Etiopía, Níger y Mali no solo lo siembran a gran escala, sino que lo integran como alimento básico en la dieta diaria. En muchas comunidades rurales se transforma en papillas, panes planos, bebidas fermentadas y otros productos tradicionales. Su relevancia es tal que, en ciertas regiones, sustituye al maíz durante las sequías prolongadas.
En Asia, la India sigue siendo uno de los principales productores por superficie (cerca de siete millones de hectáreas), aunque el área cultivada ha disminuido en las últimas décadas debido a la competencia de cultivos más rentables como el arroz y el trigo. El sorgo indio se destina principalmente al consumo humano, pero también a la alimentación animal y a la producción de etanol. China lo cultiva tanto para forraje como para usos industriales y gastronómicos, con especial protagonismo en la elaboración de bebidas alcohólicas tradicionales como el baijiu. Otros países del sudeste asiático, como Myanmar, Tailandia y Filipinas, mantienen producciones relevantes, en muchos casos ligadas a pequeños productores.
En América, la producción se concentra en Estados Unidos, México y algunos países del Cono Sur. Estados Unidos, líder mundial durante décadas, genera entre 10 y 12 millones de toneladas anuales mediante una agricultura altamente mecanizada y orientada a la exportación, sobre todo hacia mercados como China y Japón. Su cultivo se localiza principalmente en el cinturón semidesértico de las Grandes Planicies, con especial presencia en Kansas y Texas.
El ciclo de cultivo del sorgo es anual y responde a su condición de planta de estación cálida, lo que implica que su desarrollo óptimo ocurre en periodos con temperaturas elevadas y suficiente humedad disponible.
La siembra suele efectuarse a finales de la primavera o inicios del verano, una vez superado el riesgo de heladas y con temperaturas del suelo superiores a 15-18 °C, requisito esencial para lograr una germinación rápida y uniforme. En el hemisferio norte (como en el sur de Estados Unidos, India o el Sahel africano) esto se traduce en fechas de siembra comprendidas entre mayo y julio, coincidiendo con el inicio de la temporada lluviosa.
La duración del cultivo depende de la variedad utilizada: las de ciclo corto maduran en alrededor de 100 días, mientras que las de ciclo largo pueden requerir más de 120 días desde la siembra hasta la cosecha. Esta flexibilidad permite al productor elegir el tipo de sorgo según la ventana climática disponible y los objetivos productivos, ya sea para grano, forraje o silos.
La cosecha en el hemisferio norte se concentra entre agosto y noviembre, coincidiendo con el final del verano y el comienzo del otoño. En el hemisferio sur (como en Argentina, Paraguay o Australia) el calendario se invierte: la siembra se realiza en la primavera austral (octubre-noviembre) y la cosecha tiene lugar entre febrero y marzo.
En zonas tropicales y subtropicales cálidas, donde las temperaturas se mantienen estables y las lluvias son regulares o existe disponibilidad de riego, es posible llevar a cabo dos ciclos anuales. En algunas regiones de Asia, por ejemplo, se practica una siembra principal tras el monzón y una secundaria a inicios del otoño (septiembre) como cultivo de relevo.
El sorgo no tolera las heladas ni los periodos prolongados de frío: temperaturas inferiores a 16 °C durante la floración pueden provocar esterilidad floral y pérdidas significativas de rendimiento. En cambio, resiste bien el calor extremo, incluso con temperaturas superiores a 38 °C, siempre que disponga de suficiente humedad en el suelo.
El sorgo se produce bajo sistemas agrícolas muy diversos, que van desde la pequeña agricultura tradicional hasta explotaciones altamente tecnificadas.
En amplias zonas rurales de África y el sur de Asia predomina un modelo de cultivo de subsistencia, donde campesinos siembran variedades locales en parcelas de temporal, generalmente sin riego y con insumos mínimos.
Estas plantaciones dependen casi por completo de las lluvias estacionales y del abono orgánico local. La cosecha se realiza de forma manual o con herramientas sencillas, y el grano se destina principalmente al consumo familiar o al mercado local.
El sorgo es altamente valorado por su resistencia: compite eficazmente con las malezas y soporta periodos de sequía mejor que otros cereales. Incluso puede detener temporalmente su crecimiento durante una sequía intensa y reanudarlo cuando mejora la humedad, sobreviviendo allí donde el maíz u otros cultivos fracasarían.
Gracias a estas cualidades, en regiones áridas suele cultivarse en suelos marginales y con tecnologías rudimentarias, garantizando cierta producción de grano y forraje aun en años secos. Sin embargo, los rendimientos en estos sistemas tradicionales son bajos (a menudo inferiores a 1 tonelada por hectárea) debido a la limitada disponibilidad de nutrientes, la ausencia de control de plagas y la escasa mejora genética.
En contraste, en países como Estados Unidos, México, Argentina o Australia, el sorgo se cultiva de forma comercial e intensiva para abastecer la industria de forrajes, bioetanol y otros usos. En estos sistemas empresariales se emplean híbridos mejorados de alto rendimiento, siembra en surcos mecanizados, fertilización química y controles fitosanitarios integrados.
El cultivo forma parte de rotaciones agrícolas técnicas (a menudo alternando con maíz, soya u otros cultivos) y aprovecha maquinaria moderna tanto para la siembra (sembradoras de precisión) como para la cosecha (cosechadoras combinadas).
Aunque el sorgo responde bien al riego suplementario, en regiones como las Grandes Llanuras norteamericanas la mayor parte se produce en condiciones de secano controlado, aprovechando la pluviometría estival (se estima que cerca del 80% del sorgo estadounidense crece sin sistemas de riego).
Bajo estas prácticas avanzadas, los rendimientos pueden superar las 4–6 t/ha en buenos años, muy por encima del promedio mundial (~2.5 t/ha), cerrando la brecha de productividad gracias a la densidad óptima de plantas, la fertilización balanceada y el control eficaz de malezas, plagas y enfermedades.
El sorgo moderno se ha consolidado como un cultivo industrial competitivo: en México y Estados Unidos, por ejemplo, es un grano estratégico para la formulación de alimentos balanceados (piensos) en las cadenas de producción de carne de ave, cerdo y res.
Aunque el mejoramiento genético del sorgo ha avanzado más lentamente que en otros cereales, se han desarrollado cientos de cultivares híbridos adaptados a distintas condiciones, muchos con resistencia a sequía, tolerancia a plagas como el pulgón amarillo y otras características que facilitan su cultivo a gran escala.
Esta dualidad entre sistemas tradicionales y de alta tecnología define el panorama mundial: el sorgo sigue siendo sustento de millones de pequeños agricultores, a la par que una materia prima valiosa para la agroindustria moderna.
México se ha consolidado históricamente entre los principales productores de sorgo a nivel mundial, con cosechas destacadas desde mediados del siglo XX. Aunque en las últimas décadas su producción ha experimentado fluctuaciones, el sorgo continúa siendo el segundo grano anual más importante del país por volumen, solo después del maíz.
Entre octubre de 2021 y septiembre de 2022, la producción nacional alcanzó aproximadamente 4.39 millones de toneladas de sorgo grano, cultivadas en una superficie cercana a 1.47 millones de hectáreas. Este cereal desempeña un papel esencial como insumo para la industria pecuaria (principalmente en la alimentación de ganado y aves), lo que ha favorecido la consolidación de regiones especializadas en su cultivo.
La producción sorguera mexicana se concentra en regiones estratégicas que combinan condiciones climáticas favorables, infraestructura agrícola y cercanía a los principales centros de consumo pecuario.
La principal zona productora es el noreste, con Tamaulipas como líder indiscutible. Este estado ha aportado, en la última década, entre cuatro y cinco de cada diez toneladas de sorgo producidas en el país. Destaca por sus extensas planicies agrícolas, mecanización casi total y disponibilidad de tierras de temporal y riego. Valles como el de San Fernando, el de Matamoros y la región centro-sur concentran grandes superficies, con siembras escalonadas que permiten abastecer durante varios meses a la industria pecuaria del norte y centro del territorio nacional.
El Bajío y el centro-occidente conforman otro polo relevante. En Guanajuato, el sorgo ha sido históricamente parte de la rotación con maíz y trigo, aprovechando las lluvias veraniegas y la infraestructura de riego en zonas como el Valle de Santiago. Michoacán, por su parte, destina importantes superficies en la Ciénega de Chapala y en regiones del Bajío oriental, donde la demanda de alimento para aves y cerdos sostiene su cultivo.
En el occidente, Jalisco ha incrementado de manera sostenida su producción, no solo como respuesta a la demanda interna de sus robustos sectores avícola y porcícola, sino también por la diversificación frente a riesgos climáticos y de mercado del maíz.
En el Pacífico norte, Sinaloa cultiva sorgo en zonas específicas como el Valle de Guasave y la región del Évora, empleándolo como alternativa estratégica en ciclos de menor disponibilidad hídrica o ante precios poco favorables del maíz. Aunque su volumen es menor en comparación con el cereal dominante de la región, cumple una función de balance en la rotación de cultivos. Sonora, con menor superficie, participa en nichos de producción bajo riego y temporal de verano.
En conjunto, Tamaulipas, Guanajuato, Michoacán, Jalisco, Sinaloa y Sonora concentran habitualmente más del 60% de la producción nacional, con variaciones anuales ligadas a precios internacionales, disponibilidad de agua y presencia de plagas como el pulgón amarillo.
En cuanto a los tipos de sorgo cultivados, predomina el sorgo granífero o de grano (milo), de color generalmente rojo o amarillo, destinado principalmente a la elaboración de alimentos balanceados para ganado bovino, porcino y avícola. Su adaptabilidad a climas cálidos y su resistencia relativa a la sequía lo han convertido en un sustituto parcial del maíz amarillo, especialmente en años de precios altos o escasez de este último. En menor medida, se emplea para consumo humano en comunidades rurales, donde se elabora harina para tortillas, atoles o panes tradicionales.
El sorgo forrajero, integrado por híbridos de rápido crecimiento y alta biomasa, se destina a ensilaje, corte y acarreo o pastoreo directo. Muchas veces se utilizan variedades de cruce sorgo-sudán, que ofrecen tallos más finos y mejor digestibilidad. Este tipo de sorgo es fundamental en regiones con ganadería intensiva o de doble propósito, así como en lecherías que buscan asegurar forraje voluminoso en temporadas secas.
Por último, el sorgo dulce, caracterizado por su alto contenido de azúcares en los tallos, tiene una presencia marginal en México. Su producción es principalmente experimental o de pequeña escala, enfocada en la elaboración de melaza, jarabes artesanales o como materia prima para bioetanol, con potencial de expansión si se consolidan proyectos de energía renovable que lo consideren competitivo frente a la caña de azúcar.
Una particularidad del sorgo en México es que se siembra tanto en el ciclo primavera–verano (PV) como en el ciclo otoño–invierno (OI), aprovechando distintas ventanas climáticas a lo largo del año. Aproximadamente la mitad de la producción anual proviene de cada ciclo, aunque la proporción varía según la región.
En el Bajío y centro (Guanajuato, Michoacán, entre otros), el sorgo suele establecerse en primavera–verano, sincronizado con la temporada de lluvias. La siembra inicia con las primeras precipitaciones de finales de junio o julio y el cultivo se desarrolla durante el verano para cosecharse entre octubre y noviembre. Este esquema de temporal aprovecha al máximo la precipitación pluvial y constituye el método tradicional en estas zonas.
Por su parte, en el noreste (Tamaulipas, principalmente), gran parte del sorgo se siembra en otoño–invierno. La siembra se realiza entre septiembre y noviembre, una vez superado el calor extremo del verano. El cultivo crece durante el invierno con humedad residual, lluvias otoñales y, en ocasiones, riegos de auxilio, para cosecharse a inicios de la primavera (febrero a abril) del año siguiente. Este calendario tardío se adapta a las condiciones del Golfo norte, donde las lluvias suelen extenderse hasta el otoño, y permite escalonar la oferta nacional de sorgo.
La elección del ciclo responde también a factores climáticos locales. El sorgo PV puede enfrentar problemas de sequía o canícula durante la floración en zonas áridas, mientras que el sorgo OI en el norte está expuesto al riesgo de heladas tempranas si la siembra se retrasa. Por ello, se publican calendarios agrícolas con ventanas óptimas de siembra. En el centro de Tamaulipas, por ejemplo, se recomienda iniciar la siembra de temporal el 1 de julio y concluir antes del 15 de agosto, con cosechas previstas a partir de mediados de noviembre.
En general, el manejo agronómico busca evitar que la etapa crítica de floración y llenado de grano coincida con periodos de estrés severo (ya sea por déficit hídrico o frío), ajustando las fechas de siembra y la elección de híbridos a las condiciones de cada región.
Gracias a esta flexibilidad, México logra cosechar sorgo en dos temporadas al año, asegurando el abastecimiento interno de grano durante la mayor parte del ciclo agrícola.
El sorgo destaca por su notable adaptabilidad climática, lo que explica su presencia en diversas regiones de México. No obstante, existen condiciones óptimas que permiten maximizar su rendimiento.
En cuanto a temperatura, se trata de un cultivo de clima cálido que requiere temperaturas diurnas elevadas para su desarrollo normal y es más sensible al frío que otros granos. La temperatura mínima del suelo para lograr una germinación adecuada ronda los 18 °C, y el crecimiento vegetativo vigoroso inicia cuando las temperaturas superan de forma constante los 15 °C. El rango térmico óptimo a lo largo del ciclo se sitúa entre 25 °C y 32 °C. Por debajo de 16 °C en etapas reproductivas, la floración se ve comprometida (el polen puede volverse estéril), mientras que temperaturas superiores a 38-40 °C, combinadas con estrés hídrico, pueden reducir el cuajado. Aun así, el sorgo tolera bien los veranos calurosos de México; en regiones como Tamaulipas y Sinaloa soporta máximas altas siempre que el suelo conserve humedad suficiente.
Respecto a la precipitación, el sorgo es reconocido por su resistencia relativa a la sequía. Requiere un mínimo aproximado de 250 mm de agua acumulada durante el ciclo para producir grano, aunque lo ideal se sitúa entre 400 y 550 mm bien distribuidos. Esto le permite prosperar sin riego en zonas con lluvias estivales moderadas (como el Bajío, con cerca de 500 mm en verano). En áreas más secas o en años con baja precipitación, el riego suplementario resulta clave para alcanzar rendimientos máximos. Además, presenta tolerancia al encharcamiento temporal superior a la del maíz, pudiendo resistir inundaciones breves sin grandes daños, aunque anegamientos prolongados reducen su productividad.
En cuanto al suelo, el sorgo es poco exigente y se cultiva desde valles costeros hasta altitudes medias (alrededor de 1,800 msnm). Prefiere suelos profundos, bien drenados y de textura media a franca. Los mejores rendimientos se obtienen en terrenos con buena capacidad de retención de humedad (por ejemplo, suelos arcillosos con subsuelo franco arcilloso) que permitan soportar periodos secos. El pH óptimo oscila entre 6.0 y 7.5.
Además, muestra mayor tolerancia a la salinidad y a suelos alcalinos que otros cultivos comunes, lo que lo hace apto para zonas costeras o áreas de riego con problemas de sales. Sin embargo, en suelos excesivamente ácidos (pH menor a 5.5) su desarrollo se ve limitado.
En términos de nutrientes, sus requerimientos son similares a los del maíz por unidad de rendimiento, demandando cantidades considerables de nitrógeno, fósforo y potasio para expresar su potencial productivo. La extracción aproximada es de 20-25 kg de N, 8-10 kg de P₂O₅ y 5 kg de K₂O por tonelada de grano, por lo que la fertilización comercial se ajusta con base en análisis de suelo para no limitar estos elementos.
Finalmente, cabe señalar que el sorgo es fotoperiódicamente sensible en ciertas variedades tradicionales, lo que significa que la duración del día puede afectar su floración. Sin embargo, los híbridos modernos empleados en México son mayoritariamente insensibles al fotoperíodo, lo que facilita su adaptación a distintas fechas de siembra y latitudes.
El cultivo de sorgo en México ha experimentado una notable modernización desde mediados del siglo XX, convirtiéndose en gran medida en un cultivo tecnificado en las principales zonas productoras.
Actualmente, casi toda el área sorguera comercial está mecanizada: la preparación del terreno se realiza con tractor, la siembra con maquinaria especializada y la cosecha con trilladoras mecánicas.
En 2016, prácticamente el 100% de las 1.5 millones de hectáreas sembradas de sorgo en el país contaban con mecanización; además, cerca del 65% de la superficie utilizó tecnologías de sanidad vegetal (control de plagas y enfermedades) y 53% recibió asistencia técnica profesional durante el ciclo. Esto refleja que una parte significativa de los productores trabaja con programas de extensionismo agrícola y adopta insumos modernos para optimizar su producción.
Entre las tecnologías más utilizadas destacan el uso de semillas híbridas mejoradas, desarrolladas por empresas e instituciones (muchas adaptadas a condiciones locales); la siembra en hilera con densidad controlada para lograr poblaciones uniformes; la aplicación de fertilizantes químicos (en especial nitrógeno) con el fin de alcanzar altos rendimientos; y el empleo de herbicidas pre y postemergentes para mantener el cultivo prácticamente libre de malezas en sus primeras etapas críticas.
Asimismo, los productores tecnificados aplican manejo integrado de plagas, controlando insectos como el pulgón amarillo (Melanaphis sacchari), que desde 2013 ha representado un desafío para el sorgo mexicano. Su control se basa en variedades tolerantes y tratamientos insecticidas oportunos, evitando pérdidas significativas.
En lo referente al riego, aunque la mayor parte del sorgo nacional se cultiva en temporal, una fracción importante se produce con apoyo de riego en distritos agrícolas. En 2016, aproximadamente 36% de la producción nacional provino de superficies con riego. El sistema más común fue el riego por gravedad o rodado (canales), que aportó cerca del 14% de la producción; en menor medida se utilizó el riego presurizado (aspersión o goteo), con menos del 1%. Otro 21% correspondió a riegos no especificados, posiblemente riego de auxilio durante la temporada de lluvias.
En la práctica, incluso en cultivos de temporal, los agricultores suelen aplicar uno o dos riegos estratégicos (por ejemplo, uno de presiembra para asegurar humedad en la germinación y otro en floración si la precipitación es insuficiente), lo que puede incrementar notablemente el rendimiento y la estabilidad de la cosecha.
En cuanto a los sistemas de labranza, la agricultura de conservación gana cada vez más terreno en el sorgo, sobre todo en el Bajío y el noreste. Muchos productores han adoptado la siembra directa o con mínima labranza sobre rastrojos de cultivos anteriores (frecuentemente maíz), lo que ayuda a conservar la humedad y a reducir la erosión eólica en zonas áridas. También es común el aprovechamiento del rastrojo de sorgo tras la cosecha: los tallos y hojas se emplean como forraje seco (pacas) para ganado, o se dejan en el campo para el pastoreo bovino, gracias a su contenido fibroso útil en dietas de rumiantes.
La expansión del sorgo en México ha estado estrechamente ligada al auge de la ganadería intensiva. En las últimas décadas del siglo XX, el aumento en la demanda de granos forrajeros lo convirtió en un cultivo altamente atractivo, al punto de que México llegó a ser el segundo productor mundial a inicios de la década de 2010. Sin embargo, eventos climáticos adversos (sequías) y ataques de plagas han afectado su producción desde 2015, provocando una reducción de la superficie sembrada. Muchas áreas marginales se han reconvertido a cultivos más rentables o resistentes, como pastos forrajeros perennes o incluso agave en ciertas regiones.
Aun así, el sorgo presenta amplias oportunidades de mejora tecnológica. El desarrollo de nuevos híbridos más productivos y tolerantes, la capacitación de agricultores en mejores prácticas de fertilización y manejo fitosanitario, así como la inversión en sistemas de riego eficiente, podrían impulsar nuevamente los rendimientos nacionales.
Por su rusticidad y capacidad de adaptación, con la tecnología adecuada, el sorgo puede consolidarse como una alternativa estratégica para diversificar la producción de granos en México frente al cambio climático, aprovechando regiones donde el maíz o el trigo resultan menos competitivos por limitaciones hídricas.
Fuentes consultadas
En todo el mundo, el cultivo de sorgo enfrenta diversos retos. El cambio climático y las lluvias cada vez más irregulares complican su producción, mientras que las plagas y enfermedades continúan representando una amenaza constante. A ello se suma la competencia con otros granos, la volatilidad de los precios y, en ciertas regiones, la carencia de semillas mejoradas, tecnología adecuada y canales eficientes para la comercialización.
Aun así, el futuro del sorgo es prometedor. Se trata de un cultivo resistente a la sequía, adaptable a distintos tipos de suelo y con alto valor nutritivo, lo que lo convierte en un recurso clave para la alimentación humana y el forraje, especialmente en zonas de clima adverso.
Si se fortalece la investigación para optimizar sus variedades, se exploran nuevos mercados (como los productos sin gluten o la bioenergía) y se implementan prácticas agrícolas más sostenibles, el sorgo podría alcanzar un papel mucho más relevante en la agricultura mundial.
A escala global, la producción de sorgo ha mostrado una recuperación reciente. En 2024, la cosecha mundial alcanzó 61 millones de toneladas, lo que representa un incremento cercano al 4% respecto a 2023.
Se prevé que en 2025 continúe esta tendencia alcista, impulsada por mejores rendimientos en países clave como Nigeria, Argentina, Estados Unidos y Australia.
Sin embargo, el comercio internacional de sorgo está dominado por un solo actor: China. En el ciclo 2024/25, este país concentrará más del 80% de las importaciones mundiales, consolidándose como el comprador hegemónico.
Esta situación responde a una estrategia que China ha seguido en la última década: emplear el sorgo como sustituto del maíz para la alimentación de ganado y la elaboración de licores tradicionales (baijiu) (evitando así las cuotas o aranceles que gravan al maíz).
Aproximadamente dos terceras partes del sorgo importado por China se destina a forraje para ganado porcino y avícola, mientras que el resto se emplea en la destilación de baijiu.
Otra tendencia clave es la evolución de los precios internacionales. Tras alcanzar picos históricos en 2021-2022 (en parte por la elevada demanda china y las restricciones comerciales), los precios del sorgo se han moderado. En 2024, los valores mayoristas oscilaron entre $250 y $660 USD por tonelada, niveles inferiores a los del año previo.
A mediados de 2025, la FAO señaló que, mientras los precios de exportación del maíz y la cebada subían, los del sorgo mostraban una tendencia a la baja. Esto refleja una oferta global más holgada y cierta sustitución del sorgo por otros granos (por ejemplo, China reanudó sus compras de cebada australiana tras resolver disputas arancelarias, lo que redujo de forma marginal su demanda de sorgo).
Pese a la reciente moderación, el sorgo conserva precios competitivos cercanos a los del maíz. En Estados Unidos, por ejemplo, se proyecta un valor promedio de ~$4.30 por bushel tanto para el sorgo como para el maíz en la cosecha 2024, lo que confirma que los compradores equiparan su valor alimenticio.
Mirando al futuro, el sorgo podría ganar importancia relativa impulsado por el clima. Científicos agrícolas advierten que el cambio climático podría convertirlo en un cultivo más valioso, ya que en zonas áridas puede reemplazar al maíz gracias a su tolerancia a la sequía y al calor.
Según estos expertos, la reducción en la disponibilidad de agua dificultará el cultivo de maíz en ciertas regiones, mientras que el sorgo podrá prosperar, posicionándose como una alternativa estratégica.
Esta proyección sugiere que, en los mercados internacionales, habrá un creciente interés por el sorgo como cultivo resiliente, especialmente en África, Asia Meridional y otras regiones semiáridas donde la seguridad alimentaria representa un desafío.
En el mundo, pocos países concentran la producción de sorgo. Estados Unidos lidera como el mayor productor, aunque aporta solo el 15% del volumen global. Le siguen de cerca varias naciones en desarrollo:
Nigeria: principal productor de África, con alrededor de 6.4 millones de toneladas recientes, donde el sorgo constituye un alimento básico.
India: gran productor asiático (4-5 millones de toneladas), con uso tanto forrajero como para alimentación humana.
México: figura entre los cinco mayores productores mundiales, con cerca de 4.5 millones de toneladas anuales (un 7% de la producción global).
Etiopía y Sudán: productores africanos relevantes, aunque con rendimientos variables según el clima y la estabilidad; en años favorables alcanzan entre 3 y 4 millones de toneladas.
Brasil: emergente en la producción de sorgo (4-5 millones de toneladas), impulsado por inversiones en regiones semiáridas.
En cuanto a exportadores, la oferta internacional está aún más concentrada. Tres países anglosajones dominan los embarques de grano de sorgo: Estados Unidos, Australia y Argentina.
En 2023, Estados Unidos aportó más del 50% del valor de las exportaciones mundiales, Australia cerca del 32% y Argentina el 8%. En otras palabras, más del 90% del sorgo que se comercializa en el mercado global proviene de Norteamérica y Oceanía.
Estados Unidos suele exportar entre 6 y 8 millones de toneladas anuales, casi todo destinado al mercado chino. Australia, por su parte, registró exportaciones récord recientes (alrededor de 2.1 millones de toneladas en el año hasta septiembre de 2024), con China como destino del 90% de su sorgo exportado.
Argentina completa el podio, incrementando su producción y sus ventas externas tras la campaña 2024/25, aunque sus volúmenes exportables (1-2 millones de toneladas) siguen siendo modestos en comparación con los de Estados Unidos.
El rubro de importadores está prácticamente definido por China, que ha llegado a concentrar hasta 87% de todas las compras mundiales de sorgo, especialmente desde 2020. En 2024/25, se estima que adquirirá unos 315 millones de bushels (unas 8 Mt), una cifra abrumadoramente superior a la de cualquier otro comprador.
Los siguientes en la lista apenas alcanzan volúmenes marginales: Japón suele importar entre 0.7 y 0.8 Mt anuales (destinadas a alimento balanceado), México alrededor de 0.7 Mt en años recientes, y, muy por detrás, países como Kenia, Sudán, Taiwán o la Unión Europea, con importaciones que oscilan entre 50 mil y 200 mil toneladas.
Los datos de 2023 confirman esta concentración: China (7.5 Mt), Japón (0.19 Mt) y México (0.18 Mt) fueron los tres principales compradores, acaparando casi 90% del volumen comercializado.
La hegemonía china en la demanda implica que los vaivenes de su política comercial (por ejemplo, cuotas al maíz, aranceles por disputas o reapertura a la cebada) repercuten de manera directa en los flujos y precios internacionales del sorgo.
A pesar de sus ventajas comparativas, el cultivo de sorgo enfrenta factores clave que condicionan su rendimiento y expansión mundial:
El sorgo es reconocido por su tolerancia a la sequía y a las altas temperaturas, lo que le permite prosperar donde el maíz u otros granos fracasan. No obstante, sigue siendo vulnerable a fenómenos climáticos extremos: sequías prolongadas o calores inusuales pueden mermar sus rendimientos, mientras que lluvias excesivas en etapas críticas también lo afectan.
El calentamiento global está modificando los patrones de precipitación, generando nuevos desafíos pero también oportunidades (zonas antes marginales podrían incorporar el sorgo a sus sistemas productivos). Como se mencionó, el cambio climático podría volverlo esencial en regiones áridas, aunque, paradójicamente, la mayor frecuencia de eventos extremos (huracanes, olas de calor) amenaza sus cosechas en determinados años.
En suma, el clima actúa como un factor dual: representa un riesgo de volatilidad, pero también un motor para la expansión del sorgo en la agricultura de secano a escala global.
En la última década ha surgido una amenaza fitosanitaria que ha arrasado diversas regiones productoras: el pulgón amarillo del sorgo (Melanaphis sacchari). Esta plaga invasiva, favorecida por condiciones cálidas, se ha detectado en África y América, causando pérdidas significativas al succionar la savia y cubrir las plantas con mielecilla, lo que favorece el desarrollo de hongos.
Su aparición se ha relacionado con cambios en los patrones climáticos y con la ausencia de fríos invernales que antes limitaban su expansión. En México y en el sur de Estados Unidos, el pulgón amarillo se consolidó como plaga desde 2014, obligando a implementar campañas de control y manejo integrado.
Además de insectos, el sorgo enfrenta enfermedades como el tizón de la panoja o la antracnosis, así como competidores naturales como aves granívoras. El manejo de plagas y enfermedades, mediante variedades resistentes, control biológico e insecticidas selectivos, resulta crítico para mantener la productividad.
No atender oportunamente estas amenazas puede derivar en desplomes productivos (por ejemplo, infestaciones severas de pulgón pueden reducir hasta 10% el rendimiento por cada 50 pulgones por planta si no se controlan).
Los agricultores eligen sembrar sorgo o cultivos alternativos (como maíz, soya o trigo) en función de los costos, los precios esperados y los apoyos gubernamentales. En este aspecto, el sorgo cuenta con un as bajo la manga: menores requerimientos de insumos.
Cultivarlo resulta más económico (en Estados Unidos, el costo de producción para 2024 fue de unos $431 USD/ha en sorgo frente a $870 USD/ha en maíz), gracias a su resiliencia, que demanda menos riego y fertilizante. Esta ventaja lo hace atractivo, especialmente cuando los precios de los granos bajan o los insumos (fertilizantes, combustible) se encarecen.
Sin embargo, la desventaja histórica del sorgo ha sido su menor rendimiento en comparación con el maíz en sistemas intensivos. Las mejoras genéticas han reducido parcialmente esta brecha, pero en tierras de alto potencial muchos productores siguen prefiriendo el maíz por su mayor productividad por hectárea en condiciones óptimas.
Las políticas agrícolas también desempeñan un papel clave: subsidios, precios de garantía o apoyos gubernamentales pueden fomentar (o desincentivar) la siembra de sorgo. En algunos países africanos, por ejemplo, este cereal es esencial para la seguridad alimentaria, aunque suele recibir menos respaldo que el maíz o el arroz, lo que limita la inversión en tecnología para elevar sus rendimientos.
El rendimiento promedio global del sorgo sigue siendo bajo en relación con su potencial. Persiste una brecha tecnológica: en regiones desarrolladas se alcanzan entre 5 y 8 toneladas por hectárea bajo riego, mientras que en zonas de temporal marginal apenas se logran 1–2 t/ha.
La adopción de variedades híbridas mejoradas, con mayor productividad y tolerancia a estrés (sequía, pulgón), resulta decisiva para incrementar la producción, al igual que la mecanización y la aplicación de buenas prácticas agronómicas (densidad óptima de siembra, fertilización balanceada, control oportuno de plagas).
En países líderes como Estados Unidos, prácticamente todo el sorgo sembrado corresponde a híbridos comerciales de alto rendimiento, mientras que en África o Asia muchos agricultores continúan utilizando variedades locales menos productivas. Cerrar esta brecha mediante transferencia de tecnología y capacitación podría incrementar significativamente la oferta mundial.
Iniciativas como programas de mejora genética (por ejemplo, híbridos con resistencia al pulgón amarillo desarrollados recientemente) y esfuerzos conjunto del sector público-privado (como Sorghum Checkoff en Estados Unidos o centros del CGIAR) son fundamentales para alcanzar este objetivo.
El mercado internacional del sorgo presenta particularidades que inciden tanto en los precios como en la logística de distribución. Como se ha señalado, sus cotizaciones suelen moverse en sincronía con las de otros granos forrajeros; cuando el maíz sube o baja, el sorgo tiende a seguirlo de cerca, dado que ambos son sustitutos en la engorda de ganado.
Sin embargo, han ocurrido episodios de descorrelación asociados a la demanda china. Durante la guerra comercial entre Estados Unidos y China (2018-2019), este país impuso aranceles al sorgo estadounidense, lo que provocó un desplome momentáneo de su precio en origen. Posteriormente, al reanudarse las compras masivas en 2020-2021, el sorgo estadounidense llegó a pagarse con prima sobre el maíz en ciertos puertos, reflejando la urgencia de los compradores chinos.
En la actualidad, el sorgo cotiza prácticamente a la par del maíz (ambos alrededor de $170 USD/ton en mercados mayoristas de Estados Unidos a mediados de 2024), aunque su volatilidad puede ser elevada debido a la concentración de la demanda. Cualquier cambio en la política de importación china (por ejemplo, la imposición de nuevas cuotas o una enfermedad porcina que reduzca sus necesidades de forraje) tendría un impacto inmediato en el precio internacional del sorgo.
En cuanto a desafíos logísticos, el sorgo enfrenta obstáculos particulares. Dado que el comercio global es relativamente reducido (menos de 10 Mt) y está concentrado en un origen-destino principal (Estados Unidos hacia China), la infraestructura de transporte presenta cuellos de botella.
Históricamente, alrededor de 75% del sorgo estadounidense destinado a exportación se embarca por los puertos del Golfo de Texas (costa del Golfo de México), debido a su cercanía con las zonas de cultivo del sur. Esto implica que la ruta marítima principal requiera atravesar el Canal de Panamá hacia el Pacífico.
En 2023-2024, este esquema se vio afectado por la sequía en Panamá, que redujo el calado permitido en las esclusas, limitando el tonelaje por buque y provocando retrasos. Como consecuencia, los fletes desde el Golfo de México hacia China aumentaron, encareciendo la logística del sorgo.
Ante ello, los exportadores han buscado flexibilidad, enviando más cargamentos vía puertos de la costa oeste estadounidense (Pacífico) cuando resulta rentable. Contar con múltiples corredores (Texas frente al Noroeste del Pacífico, e incluso Australia o Argentina como proveedores alternativos) se ha vuelto esencial para mantener flujos estables.
Otro desafío logístico es la competencia por la capacidad de transporte con otros granos. En temporadas pico, la disponibilidad de vagones de tren, barcazas y buques puede verse restringida.
En Australia, por ejemplo, tras cosechas abundantes se ha priorizado la exportación de sorgo antes de que silos y trenes se destinen a otros granos (garbanzos, cebada), lo que ha llevado a registrar exportaciones récord justo antes de la temporada de trigo. De forma similar, en Estados Unidos, la congestión portuaria provocada por la salida simultánea de maíz y soya puede retrasar embarques de sorgo.
A ello se suma la relevancia de la infraestructura de almacenamiento en los países importadores. China ha ampliado sus instalaciones de acopio y procesamiento para recibir grandes volúmenes con rapidez, mientras que en otros destinos más pequeños (como Japón o México) la logística interna limita la cantidad de sorgo que pueden importar en un solo periodo.
Finalmente, los costos de transporte internacionales influyen directamente en la competitividad del sorgo. Si las tarifas marítimas aumentan (por alza del combustible o escasez de buques), el precio CIF se encarece para los importadores lejanos, lo que podría llevar a algunos compradores a sustituirlo por granos locales o regionales.
Por ello, los actores comerciales buscan eficiencias: grandes cooperativas estadounidenses (como CHS) han invertido en sus propios terminales portuarios para reducir intermediarios y asegurar tarifas de flete más competitivas.
En México, el sorgo es un cultivo de gran relevancia por su resistencia y por la diversidad de usos que ofrece, desde la alimentación animal hasta diversas aplicaciones industriales. Su producción se adapta con facilidad a distintas regiones y climas, lo que lo convierte en una opción atractiva para numerosos agricultores.
En el ámbito comercial, el sorgo integra el flujo constante de granos que circula en el país, tanto en el mercado interno como en las exportaciones. Su valor reside en la capacidad de atender múltiples necesidades, lo que asegura su presencia en las dinámicas agrícolas y comerciales año tras año.
México es un actor destacado en el panorama del sorgo. Ocupa el quinto lugar mundial como productor, con cosechas recientes de 4-5 millones de toneladas anuales. Esto lo sitúa solo por detrás de Estados Unidos, Nigeria e India (y casi a la par de países africanos como Etiopía o Sudán). La participación mexicana en la producción global ronda el 7%, una proporción significativa.
Gran parte del sorgo nacional se cultiva en regiones del Bajío y el noreste del país. Entre los estados tradicionalmente líderes se encuentran Tamaulipas (llanuras costeras del Golfo), que suele aportar alrededor de 40-45% de la cosecha nacional, seguido de Guanajuato, Michoacán, Sinaloa y Nayarit, entre otros. Estas zonas ofrecen climas cálidos y semiáridos donde el sorgo se adapta con facilidad (por ejemplo, Tamaulipas siembra en otoño-invierno aprovechando la humedad residual, mientras que el Bajío lo hace en primavera-verano con lluvias de temporada).
La relevancia de México no solo radica en cuánto produce, sino en cómo utiliza y comercia su sorgo. A nivel interno, este grano es fundamental para la industria pecuaria. Es el segundo forrajero más importante después del maíz, empleado en raciones para ganado bovino, porcino y aves.
En ciertas regiones, incluso sustituye al maíz en el alimento pecuario cuando este escasea o encarece. Se estima que más del 90% del sorgo en México se destina a alimentación animal, mientras que un porcentaje reducido se usa en consumo humano tradicional (por ejemplo, en algunas comunidades se elabora harina para atole o tortillas mezcladas, aunque su presencia es minoritaria). Esto hace que la demanda interna dependa directamente de la salud del sector ganadero y avícola nacional.
México desempeña un doble papel en el comercio: es, al mismo tiempo, un gran productor y un relevante importador de sorgo. En la última década, la producción nacional ha resultado insuficiente en ciertos años para cubrir la demanda de las empresas de alimentos balanceados. Factores como sequías o plagas han reducido las cosechas locales, obligando a recurrir a compras en el exterior.
En el ciclo comercial 2023-2024, el país importó casi 79 millones de bushels de sorgo estadounidense (aproximadamente 2 millones de toneladas métricas), lo que lo posicionó como el segundo o tercer mayor importador mundial de ese año, solo detrás de China y muy cerca de Japón. Estas importaciones suelen ser cíclicas, pues se intensifican cuando la producción nacional se desploma (por ejemplo, por pérdidas significativas en Tamaulipas a causa del clima adverso).
En el contexto global, México aporta una estabilidad relativa al mercado. Como gran consumidor y vecino geográfico de Estados Unidos, funciona como mercado de ajuste: absorbe exportaciones estadounidenses cuando hay sobreoferta y, en sentido contrario, incrementa la demanda internacional en años de escasez local. Esta dinámica influye en los precios de la región de Norteamérica.
En 2024, por ejemplo, el elevado volumen importado por México ayudó a sostener el precio del sorgo en el cinturón productivo de Texas-Kansas, incluso cuando China redujo sus compras.
Asimismo, el país ha actuado como puente comercial: empresas transnacionales con operaciones en México y Estados Unidos trasladan inventarios de sorgo según las condiciones de ambos mercados, optimizando la logística (vía ferroviaria o marítima) gracias al T-MEC y a la cercanía geográfica.
A pesar de la importancia del sorgo en México, el cultivo enfrenta retos apremiantes que han impedido explotar todo su potencial:
Gran parte del sorgo mexicano se cultiva en temporal (secano), dependiendo de las lluvias de verano, o en condiciones de riego limitado durante el ciclo otoño-invierno. Esta característica lo vuelve vulnerable a las variaciones climáticas.
En ciclos recientes, sequías en regiones clave (como el norte de Tamaulipas) han reducido de forma significativa la producción. Del mismo modo, tormentas fuera de temporada o heladas tempranas han llegado a dañar los cultivos. El riesgo climático es, por tanto, uno de los principales desafíos.
En el norte y el Bajío, el retraso o la insuficiencia de las lluvias puede costar miles de toneladas. Aunque el sorgo es más tolerante a la sequía que el maíz, no es invulnerable: los períodos secos durante la floración o el llenado de grano disminuyen su rendimiento.
A ello se suman problemas de salinidad en los suelos y limitada disponibilidad de riego en muchas zonas sorgueras, factores que restringen la posibilidad de ampliar los ciclos intensivos. Adaptarse al cambio climático (con fechas de siembra óptimas, captación de agua y variedades más precoces) es un reto indispensable para estabilizar la producción año tras año.
México fue uno de los países más afectados por la invasión del pulgón amarillo del sorgo a mediados de la década de 2010. Esta plaga llegó para quedarse: se dispersa con rapidez y, sin control, puede ocasionar pérdidas de 20-50% en el rendimiento, como ocurrió en algunos lotes del Bajío y del norte.
El combate al pulgón exige un manejo integrado riguroso (monitoreo constante, liberación de controladores biológicos como avispas parasitoides, uso adecuado de insecticidas y siembra de variedades tolerantes).
Aunque organismos como SENASICA e INIFAP han impulsado campañas y guías, muchos pequeños productores enfrentan dificultades para costear el control químico repetido que la plaga requiere en temporadas críticas.
A esta amenaza se suman otros retos fitosanitarios: enfermedades fúngicas (como el carbón de la panoja) en zonas húmedas, o el gusano cogollero, que ataca las plántulas. Si bien el sorgo suele demandar menos fungicidas y pesticidas que el maíz, en México la aparición de nuevas plagas ha elevado los costos de producción y el riesgo de pérdidas.
Contener estas amenazas es prioritario; de lo contrario, podrían alejar a los agricultores hacia cultivos que perciban como más seguros.
Aunque México es productor top 5 mundial, sus rendimientos promedio son mejorables. Actualmente, el rendimiento medio nacional oscila entre 3.0 y 3.5 toneladas por hectárea, con marcadas diferencias: bajo riego, los productores tecnificados superan las 5 t/ha, mientras que en el temporal de subsistencia a veces apenas alcanzan 1-2 t/ha. En 2020, el promedio en riego fue de 5.2 t/ha frente a solo 2.47 t/ha en temporal.
Esta brecha revela que existe tecnología para producir más, pero no se ha difundido de manera homogénea entre todos los sorgueros. La limitada disponibilidad de semillas mejoradas es parte del problema: muchas siembras aún recurren a semilla ahorrada o a variedades antiguas, menos productivas y más susceptibles a plagas.
La maquinaria es otro factor determinante. En zonas como Guanajuato la mecanización es mayor (siembra en hilera, cosechadoras), mientras que en otras regiones persisten labores manuales o con equipo obsoleto, lo que reduce la eficiencia. La capacitación técnica y la asistencia especializada también son insuficientes para los pequeños productores.
Todo ello se traduce en estancamiento: la producción nacional no crece desde hace años, pues los aumentos de superficie se ven neutralizados por los bajos rendimientos en ciertas zonas. Impulsar un salto tecnológico (semilla certificada, prácticas agronómicas modernas y riego donde sea posible) es un reto crucial para elevar la competitividad del sorgo mexicano.
El sorgo en México ha experimentado altibajos de precio que afectan la confianza de los agricultores. Al no ser un grano alimenticio humano prioritario, carece de precios de garantía amplios como los del maíz o el frijol. Su valor lo determina el mercado internacional y local de forrajes, con frecuencia reflejando la demanda de las grandes integradoras pecuarias.
En algunos ciclos, el precio al productor ha caído a niveles poco rentables, sobre todo cuando coinciden cosechas abundantes de maíz (su sustituto). En 2020-2021, por ejemplo, muchos sorgueros reportaron pérdidas, ya que los precios bajaron mientras los costos de insumos (fertilizantes y agroquímicos) aumentaron. Esta incertidumbre de ingresos desincentiva la siembra: los agricultores pueden optar por otros cultivos (maíz, cártamo o incluso rentar la tierra para aguacate u hortalizas en el Bajío) si perciben que el sorgo no les deja.
A ello se suma la ausencia de esquemas de comercialización sólidos (como coberturas accesibles o compras gubernamentales), lo que expone a los productores a variaciones bruscas. Un año pueden obtener buen precio si hay escasez, y al siguiente enfrentar sobreoferta y caída en la cotización.
Mantener la rentabilidad del sorgo es, por tanto, un reto ligado a elevar los rendimientos (más toneladas por hectárea) y a establecer políticas que amortigüen la volatilidad del mercado.
A pesar de los retos, el cultivo de sorgo en México cuenta con importantes oportunidades de mejora que podrían impulsar su crecimiento sostenible en los próximos años.
Existe un amplio margen para desarrollar y difundir semillas mejoradas de sorgo adaptadas a las condiciones mexicanas. En los últimos años, centros de investigación como el INIFAP, en colaboración con empresas semilleras, han lanzado híbridos con características sobresalientes: tolerancia al pulgón amarillo, resistencia a la sequía, ciclos más cortos y mayor potencial de rendimiento.
Híbridos con genes de tolerancia al pulgón, procedentes de programas en Texas, ya se prueban en el norte de México, con reducciones de daño de hasta 30% en comparación con variedades susceptibles.
Difundir masivamente estas semillas, y garantizar que lleguen a los pequeños productores a precios accesibles, representa una oportunidad estratégica. Variedades mejoradas podrían elevar los rendimientos nacionales entre 20 y 30% en el mediano plazo, como ha ocurrido en otros países, cerrando así la brecha tecnológica.
Existen además nichos especializados que México podría aprovechar mediante variedades específicas: sorgo alto en azúcares para forraje verde o silaje, sorgo de doble propósito (grano y pastoreo) para sistemas ganaderos, e incluso sorgo con taninos bajos apto para dietas avícolas más eficientes.
La diversidad genética del sorgo permite adaptarlo a múltiples usos, y el país cuenta con la ventaja de poseer bancos de germoplasma locales y conocimiento tradicional para explotarla.
Junto con la genética, las buenas prácticas de cultivo ofrecen un amplio margen de mejora. La siembra en surcos estrechos y con densidad adecuada, por ejemplo, ha demostrado incrementar la producción por área al optimizar el aprovechamiento de la luz. En regiones donde aún se siembra a voleo o en surcos anchos, impulsar la tecnología de siembra de precisión podría elevar los rendimientos sin necesidad de ampliar la superficie cultivada.
Otra práctica clave es la fertilización balanceada. Muchos sorgueros aplican dosis mínimas por temor a elevar los costos, pero estudios locales demuestran que aplicaciones óptimas (en especial de nitrógeno y zinc) pueden aumentar varios quintales por hectárea y resultar rentables.
El manejo integrado de plagas representa otra oportunidad. Capacitar a los productores en monitoreo y control oportuno (antes de que la plaga se dispare) disminuye costos y daños. Un caso exitoso fue el programa de combate al pulgón en Guanajuato, donde brigadas técnicas enseñaron a identificar umbrales de acción y a utilizar insecticidas selectivos, reduciendo infestaciones y gastos en la campaña 2022.
Asimismo, prácticas como la labranza de conservación (que retiene la humedad) o la rotación de cultivos (alternar sorgo con leguminosas para mejorar el suelo) podrían aplicarse de forma más generalizada. En conjunto, estas mejoras agronómicas, muchas de bajo costo, representan una oportunidad de incrementar la productividad sin expandir el área cultivada.
Dado que el rendimiento en riego duplica o incluso triplica al de temporal, una oportunidad significativa es destinar más hectáreas de sorgo a riego o, al menos, a riego suplementario. Aunque la expansión de grandes sistemas resulta compleja, existen alternativas viables: riego por goteo o aspersión portátil en parcelas medianas, uso de aguas residuales tratadas de zonas urbanas (al ser un cultivo no alimentario humano directo) y obras de cosecha de agua de lluvia (bordos, pozos de absorción) para garantizar uno o dos riegos de apoyo en temporal.
En La Laguna (Coahuila-Durango), por ejemplo, se impulsa el cultivo de sorgo forrajero con aguas tratadas de drenaje urbano, lo que no solo ahorra agua limpia, sino que aporta nutrientes del efluente al cultivo. Estas innovaciones pueden estabilizar los rendimientos en años secos. Incluso un riego de auxilio en floración (de unos 50 mm) puede marcar la diferencia entre obtener 2 o 5 toneladas por hectárea.
México dispone de infraestructura hidráulica en varias zonas sorgueras (distritos de riego en el Bajío, presas en Sinaloa), por lo que destinar parte de esos recursos al sorgo, cuando otros cultivos más demandantes de agua no sean viables, representa una estrategia de adaptación climática.
En un escenario de creciente escasez hídrica, el sorgo irrigado con eficiencia se perfila como una alternativa para producir más forraje utilizando menos agua que otros granos.
Tradicionalmente, el sorgo en México se ha percibido únicamente como un cultivo forrajero de bajo valor. Cambiar esa visión e innovar en sus usos comerciales podría elevar de forma notable la rentabilidad del cultivo.
Uno de los campos con mayor potencial es la producción de bioetanol. El sorgo dulce (variedades con alto contenido de azúcares fermentables en el tallo) puede producir etanol de manera similar a la caña de azúcar, mientras que el grano de sorgo puede destinarse a destilerías de bioetanol combustible como sustituto del maíz. Si México impulsa políticas de biocombustibles, el sorgo podría convertirse en materia prima clave en regiones áridas donde la caña no prospera.
Otro mercado alternativo es el del consumo humano saludable. El sorgo no contiene gluten, lo que lo hace atractivo para la elaboración de productos dirigidos a personas celíacas o a dietas especiales. Harinas de sorgo pueden incorporarse en panes, pastas y snacks libres de gluten, un nicho en expansión constante.
La exportación de sorgo también podría fortalecerse más allá de los volúmenes esporádicos actuales si el país logra mantener excedentes constantes. Países centroamericanos o caribeños con déficits de maíz serían compradores naturales del sorgo mexicano, dadas sus ventajas logísticas. Para ello, es clave desarrollar protocolos de calidad, seleccionar variedades aptas para exportación (grano rojo o blanco según la preferencia del comprador) y establecer acuerdos comerciales.
Cada uso nuevo o valor agregado (energía verde, alimentos funcionales o exportaciones) genera demanda adicional, lo que se traduce en mejores precios al productor y en una menor dependencia de un solo mercado.
Como oportunidad transversal, fortalecer la organización de los sorgueros en asociaciones o cooperativas sólidas puede empoderarlos para adoptar innovaciones y negociar en mejores condiciones.
En algunas regiones de Sinaloa y Tamaulipas ya operan asociaciones que, de forma conjunta, compran insumos a menor precio y comercializan la cosecha con mayor rentabilidad.
Replicar estos modelos en otras zonas (por ejemplo, pequeños productores del Bajío agrupados) facilitaría el intercambio de conocimientos, la reducción de costos y el acceso a financiamiento.
En este sentido, se requieren esquemas de crédito y aseguramiento más amplios para el sorgo. Aunque Agroasemex y aseguradoras privadas ofrecen seguros catastróficos, muchos pequeños productores siguen sin asegurar sus parcelas.
Un crédito enfocado en tecnologías para el cultivo (compra de semilla mejorada, fertilizantes) con seguro incorporado podría incentivar la inversión sin tanto temor al riesgo. El gobierno y la banca de desarrollo tienen aquí un espacio de acción, reconociendo al sorgo como cultivo estratégico para la seguridad forrajera.
Con soporte financiero y organizativo, los productores estarán en mejores condiciones de aprovechar plenamente las oportunidades técnicas antes mencionadas.
Fuentes consultadas
En 2024 la producción de sorgo grano en México fue de 4,525,322 toneladas, lo que representó una diferencia de -6.0% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2014, con 8,394,057 toneladas. La producción promedio anual de la última década fue de 4,711,636 toneladas, con una variación interanual promedio de -5.0%.
En 2024 la superficie de sorgo grano en México fue de 1,286,645 hectáreas, lo que representó una diferencia de -2.5% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 1996, con 2,184,927 hectáreas. La superficie promedio anual de la última década fue de 1,393,312 hectáreas, con una variación interanual promedio de -4.1%.
En 2024 el rendimiento de sorgo grano en México fue de 3.5 toneladas por hectárea, lo que representó una diferencia de -3.6% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2014, con 4.2 toneladas por hectárea. El rendimiento promedio anual de la última década fue de 3.4 toneladas por hectárea, con una variación interanual promedio de -1.3%.
En 2024 el precio de sorgo grano en México fue de 4,855 pesos por tonelada, lo que representó una diferencia de -10.4% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2022, con 5,480 pesos por tonelada. El precio promedio anual de la última década fue de 4,053 pesos por toneladas, con una variación interanual promedio de 7.2%.
En 2024 el valor de sorgo grano en México fue de 19,234 millones de pesos, lo que representó una diferencia de -26.1% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2022, con 29,303 millones de pesos. El valor promedio anual de la última década fue de 19,106 millones de pesos, con una variación interanual promedio de 1.4%.
Tamaulipas lidera la producción de sorgo grano en México, con 2,097,659 toneladas, es decir, el 46.4% del total nacional. Le siguieron Guanajuato con 868,452 toneladas y Michoacán con 307,419 toneladas, es decir, el 19.2% y el 6.8%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Jalisco y Nayarit.
Tamaulipas lidera la superficie de sorgo grano en México, con 801,529 hectáreas, es decir, el 62.3% del total nacional. Le siguieron Guanajuato con 139,418 hectáreas y Michoacán con 65,279 hectáreas, es decir, el 10.8% y el 5.1%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Nayarit y Jalisco.
Querétaro lidera el rendimiento de sorgo grano en México, con 8.0 toneladas por hectárea, es decir, 228.1% más que el promedio nacional. Le siguieron Jalisco con 6.8 toneladas por hectárea y Chihuahua con 6.4 toneladas por hectárea, es decir, 194.2% y 182.9% sobre el rendimiento nacional, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Guanajuato y Morelos.
Zacatecas lidera el precio de sorgo grano en México, con 6,418 pesos por tonelada, es decir, 4.7% más que el promedio nacional. Le siguieron Puebla con 5,856 pesos por tonelada y Michoacán con 5,698 pesos por tonelada, es decir, 4.3% y 4.2% sobre el precio nacional, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Oaxaca y Sonora.
Tamaulipas lidera la producción de sorgo grano en México, con 7,247 millones de pesos, es decir, el 37.7% del total nacional. Le siguieron Guanajuato con 4,339 millones de pesos y Michoacán con 1,756 millones de pesos, es decir, el 22.6% y el 9.1%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Jalisco y Nayarit.
En 2023 los meses con mayor producción de sorgo grano en México fueron: junio con el 23.2%, noviembre con el 20.2% y julio con el 15.9%. Por el contrario, febrero y septiembre fueron los meses que menos aportaron, con 1.6% y 0.6%, respectivamente.
En 2023 los meses con mayor exportación de sorgo grano en México fueron: diciembre con el 100.0%, enero con el 0.0% y enero con el 0.0%. Por el contrario, enero y enero fueron los meses que menos aportaron, con 0.0% y 0.0%, respectivamente.
En 2023 los meses con mayor importación de sorgo grano en México fueron: julio con el 13.7%, junio con el 13.6% y enero con el 11.8%. Por el contrario, febrero y mayo fueron los meses que menos aportaron, con 3.5% y 1.1%, respectivamente.
Fuentes consultadas